Siria, otra vez en la línea del frente
Debido a que Ben Alí, Mubarak y Gaddafi, derrocados (y en un caso asesinado) no eran políticamente enemigos de occidente, los cambios en esos países no modificaron la situación estratégica del Medio Oriente donde lo significativo es lo que puede ocurrir en Siria. Cuando entre las grandes potencias (incluidas Rusia y China) apenas existen diferencias ideológicas las posiciones respecto al país árabe son exclusivamente geopolíticas.
Siria es un país próspero, aunque no exento de contradicciones internas, derivadas de las peculiaridades de su régimen político autoritario, aunque no excesivamente impopular y que ha estado sometido a las tensiones de la confrontación con Israel que ocupa parte de su territorio y por los compromisos con fuerzas políticas de Irán, Líbano y Palestina y hoy es blanco de una de las grandes conjuras internacionales y eje de cábalas geopolíticas que dan lugar a una situación difícil de manejar por un gobierno desgastado por un largo reinado de padre e hijo, acosado por los imperios, por enemigos externos y por parte de su pueblo, además de abandonado por los que se dicen sus hermanos: los árabes.
Importancia estratégica de Siria
(a) La eventual caída del gobierno de Bashar el Asad significaría para Israel el fin del único Estado árabe adversario real en la región (excepto Palestina e Irán). Un gobierno de derecha en Siria eliminaría obstáculos al Estado judío en caso de una eventual agresión a Irán. Volando sobre Siria y reabasteciéndose en su espacio aéreo, la aviación de Israel alcanzaría sin dificultad el territorio de Irán y desplazándose por el sistema de carreteras sirio que conecta con el de Irak, las tropas de Israel pueden salir a las fronteras persas.
(b) Para la OTAN, uno de cuyos miembros es Turquía, tiene alrededor de mil kilómetros de fronteras con Siria, un gobierno "amigo" y eventualmente una base de operaciones, significa una aproximación significativa no sólo a Irán sino también a Rusia y a importantes territorios del área ex soviética.
(c) Para Rusia conservar a Siria como aliada es decisivo; en el puerto sirio de Tartus se encuentra una de sus dos bases militares en el extranjero y su único punto de apoyo en el Mediterráneo. El hecho de que vía Siria la OTAN y naturalmente Estados Unidos puedan aproximar sus facilidades militares a los límites rusos y por Irán alcanzar sus fronteras, es más que preocupante.
(d) Para Irán, Hezbolá y Hamas una eventual derrota siria significaría un desastre que dejaría expuesto un importante flanco del Estado Persa y privaría a las organizaciones más consecuentes en la confrontación con Israel de importantes apoyos políticos y de otro tipo.
(e) No es preciso añadir que todo aquello que representa alguna ventaja para la OTAN o Israel, es también positivo para Estados Unidos, verdadero protagonista de la política imperial en la zona.
Estas y otras circunstancias explican las diferencias de la situación de Siria respecto a Libia y los elementos que distinguen las tácticas de la OTAN, Estados Unidos y Rusia. En la confrontación con Gaddafi, el interés de Rusia fue considerablemente menor, como menores fueron también las ganancias de Israel; China que poseía intereses en Libia y adquiría allí petróleo, no tiene la misma situación respecto a Siria y bien puede (como otras veces) mirar para otro lado. Por su parte, Turquía que tuvo un papel menor en Libia es ahora, en su calidad de miembro de la OTAN, una de los protagonistas principales.
No soy de los que atribuyen al imperio sabiduría suficiente como para organizar conspiraciones de este calado, aunque si maldad para explotar y aprovechar las coyunturas, para lo cual dispone además de fuerzas suficientes; siempre y cuando pueda asumir los costos humanos.
A mi juicio más que del despliegue naval al que los más entusiastas admiradores rusos atribuyen el papel de una barrera que puede contener a la OTAN, la situación en Siria dependerá de la capacidad del gobierno de Asad para resistir, neutralizar el intervencionismo extranjero, incluyendo los saboteadores armados, sin reprimir más de lo que ya lo haya hecho a su propia población, cosa que erosiona su apoyo interno y da municiones a la actividad de desprestigio y demonización en el extranjero.
Aunque yo mismo haya suscrito la idea de que la Liga Árabe recuerda un club de rugby británico, para Siria es de vital importancia evitar la ruptura de sus vínculos oficiales y comerciales con el mundo árabe. En Siria la Liga Árabe desempeña el papel que en Libia tuvieron los aviones de la OTAN y los portaviones de los Estados Unidos; esa ridícula entente reaccionaria le hace además el trabajo sucio a la ONU, que se limita a apoyar la abyecta e ilegítima: "causa árabe".
Personalmente preferiría que Bashar el Asad pudiera resistir, no para que se eternice en el poder ni deje la presidencia a un heredero como hizo su padre con él, sino para dar una oportunidad a las reformas y excluir una tragedia humana o una derechización política de Siria. No obstante no hay que confundir deseos con realidades. La situación es desesperada. Allá nos vemos.
miércoles, 28 de agosto de 2013
lunes, 26 de agosto de 2013
ENTERESE
Un campesino de Boyacá cuenta por qué apoya el paro
Un grupo de campesinos boyacenses bloquea con troncos la vía entre Bogotá y Tunja, a la altura de la vereda Germania, en una imagen del pasado miércoles.
Foto: Carlos Ortega / EL TIEMPO
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Yolanda Reyes habló con un labriego, quien le narró las dificultades que lo llevaron a protestar.
El sábado estuvo Jairo Sáenz, un vecino campesino, en mi sitio de reclusión, en mi casa de Santa Sofía. Sin proponérselo, por la fuerza de tantos años de aguantar pérdidas agrícolas y promesas incumplidas, se ha vuelto uno de los muchos líderes campesinos ad hoc que hoy se ven por la región. Es buena gente, como todos los de mi vereda en Santa Sofía, Boyacá, pero es evidente, por su cara y por sus gestos, que está muy satisfecho con la fuerza que ha ido tomando el paro agropecuario (yo diría que un poco sorprendido, como si aún no se lo creyera).
Transcribí algunas frases suyas, a medida que hablábamos, y él sabe que yo las divulgaré. De hecho, eso es lo que espera. Al comienzo de la charla (12 del día) me dijo que nos podíamos quedar aquí bloqueados otros ocho días y pongo sus frases entre comillas:
“La idea es hacer una presión fuerte entre todos. Es lamentable comparar un desorden con un éxito, pero eso es lo que todos sentimos”. Me notificó muy amable, pero muy claramente, que hay una piedra que pesa 15 toneladas antes de llegar al Ecce Homo, por lo cual es imposible salir de Santa Sofía. “Comen cuajada”, le contestó a Luis cuando le preguntó qué íbamos a comer (pues ellos hacen cuajada y no la podrán vender mañana en el mercado) y le dijo que, así como nosotros, hay mucha gente más sin poder ir a trabajar, perdiendo plata todos los días.
“Esto se fue saliendo de las manos la primera vez que la fuerza pública atacó. Si no nos atacan, no atacamos. Al campesino se le llega con cuidadito, pero llegaron los del Esmad con equipos de corriente y atacaron a la gente (…). El objetivo es poderse sentar con el caballero y decirle: Presidente, lleguemos a acuerdos”.
Este objetivo incluye (digo yo) a los ministros y al alto Gobierno y tiene todo que ver con la manera arrogante, burlona y despectiva con la que el Presidente dijo que el paro no había sido lo que se esperaba. La frase, dicha desde el centralismo de Bogotá, fue una evidente ofensa para los campesinos boyacenses que llevaban mucho tiempo sintiéndose ninguneados y estafados en los compromisos que se habían hecho en el paro anterior.
Al respecto, el sábado, el alcalde de Tunja dijo la siguiente perla, en medio de las conversaciones: “El Presidente desconocía que no se habían cumplido los compromisos adquiridos con los campesinos”. ¡Sobran los comentarios!
Sigo con las palabras de mi vecino: “Anoche (viernes) llamaron a un amigo mío del banco donde tiene una deuda (agrícola) y él les dijo: ‘Yo tengo la plata pero no la puedo llevar porque las vías están bloqueadas; si quieren vengan por ella. ¡Eso sí, pasan por la roca atravesada!’, (me lo dijo con una sonrisa triunfal)”.
Cuando le pregunté qué pensaba él de lo que decía Santos acerca de los infiltrados que había en el paro campesino y le pedí que me diera un porcentaje de infiltración del paro agrario, su respuesta fue contundente: 99,9 por ciento de campesinos.
Yo le creí porque lo conozco hace siete años y he sido testigo de sus problemas con los invernaderos de tomates, con los intereses altísimos que debe pagar por los préstamos agrarios y, en términos generales, con la competencia desleal que afrontan los campesinos boyacenses frente a los productos importados.
Las desgracias del agro
Traía un cuaderno lleno de apuntes y de cifras y, una vez más, me dijo lo siguiente: “El agro no es sostenible por los altos costos de los insumos, por la falta de políticas de créditos, por los cambios climáticos y por el sistema de comercialización monopolizado por Corabastos y unos pocos ricachones. El TLC ha sido nuestra desgracia: nos dicen que no somos competitivos en precios y calidad, pero luego traen productos de otros países como Ecuador en mal estado. Para esos productos importados no existen los trámites y los controles del Invima ni los requisitos de la Dian, ni hay que sacar una certificación del ICA, que es un dolor de cabeza. Además, los trabajadores del campo no tenemos seguridad social: ni salud ni pensión”.
Sus argumentos numéricos –los mismos que tantas veces han expuesto– hacen evidente que los campesinos piensan y hacen cuentas por su cuenta sin que alguien los infiltre: “Producir una canastilla de tomate y ponerla en Bogotá, cuesta 15.000 pesos y a uno se la compran a 4.000. En Chile, un bulto de abono vale 25.000 pesos (porque los insumos tienen subsidios) y aquí vale 80.000. No hay apoyo a las organizaciones para producir unidos: faltan capacitación y acompañamiento en proyectos de investigación, procesos de producción y buenas prácticas agrícolas”.
Sus palabras son elocuentes y doy fe de que no se las dicta ningún infiltrado. Así como él, muchos de los agricultores que han bloqueado las carreteras llevan muchos años aprendiendo a hacer estas cuentas en terreno, y también pidiendo citas, rogando, suplicando, buscando palancas para que los reciba un ‘subsubsecretario’ en Bogotá.
Y de repente, después de tantos años de resignación, se cansaron. ¡Y de qué manera! Ellos mismos dicen que eso no se había visto en la historia del país desde 1891, cuando ninguno de nosotros estaba aquí para verlo. Y se han sentido orgullosos pues, según ellos, en Colombia se creía que los paisas o los bogotanos podían manejar todo el país y resulta que los boyacenses pueden paralizarlo.
Me dijo que faltaban muchos gremios por sumarse al paro, como los paneleros o los sectores de maestros, entre otros. Le pregunté por qué los santandereanos –aquí no más, cerca a Moniquirá– estaban tan quietos. “Ellos tienen líderes, pero no hay que agotar energías todavía. Esto es una muestrica: falta mucha gente por manifestarse”.
Cuando le dije que esas palabras suyas me daban miedo, me dijo que no creía que en estos pueblos fuera a haber violencia. “Aquí la policía es amiga de la gente”, me dijo, y me acordé de las escenas que he visto en estos días, tan diferentes a las del Esmad, de policías paseando por los pueblos, charlando con gente que ha puesto ramas en las carreteras o mirando a los niños caminar a sus casas.
Un Gobierno distante
Todos viven en las mismas casas, comen las mismas cosas que cosechan y han sido testigos de la manera despectiva como tratamos al campo desde la comodidad de Bogotá. Yo me atrevo a decir, parafraseando a mi vecino, que el 99,9 por ciento de los moradores de Boyacá apoya el paro agrícola. Por eso, ojalá alguien puede decirle al Presidente que no vuelva a subestimar la magnitud de esta protesta, a menos que quiera agrandar los problemas.
Cuando le pregunté a mi vecino cómo podíamos ayudarlo, me pidió que escribiera pidiendo que los medios de comunicación colaboren con ellos: “Que ustedes hablen por nosotros, que los sentimientos de una comunidad lleguen a la gente a través de ustedes”.
Yo creo que hay mucho de eso en este paro: muchas voces silenciadas y un orgullo centenario herido. Y, justo cuando estoy escribiendo las líneas finales de esta crónica, el presidente Juan Manuel Santos mandó un tuit que dice: “Estoy recorriendo Cundinamarca, Boyacá y Bogotá”. (Sobrevolándolas, obvio, en un paseo sabatino). Y luego hay otro, que puede ser el colofón de esta crónica: “Bloqueo de llantas en Ubaté. No más de 40 personas. ¿Dónde está la Policía?”.
Por favor, si alguien lo conoce, dígale que ese es justamente el problema y que muchos no pudimos ir porque no tenemos avioneta. Quizás si alguien se apura a contarle puedan salvarse más de 60 horas de diálogo de estos días. Y vaya uno a saber cuántos productos agrícolas que se pudren mientras él sobrevuela la sabana de Bogotá. Porque a Boyacá seguramente hoy también se le hace tarde para mirar desde el aire
INTERNACIONAL
Horror. No se puede describir con otra palabra las imágenes de cadáveres alineados, de niños agonizantes en medio de violentas convulsiones, de adultos sofocando con la boca abierta llena de espuma y la mirada desorbitada. Las víctimas no tenían sangre, ni heridas, ni quemaduras. Todos los sínt
omas indican que el miércoles pasado en los suburbios de Damasco cientos de personas murieron de la peor manera, intoxicados por un poderoso químico.
En uno de los cientos de videos enviados desde Siria, se vio a Younma, una niña de menos de diez años, gritar histérica desde una camilla “estoy viva, estoy viva”. No se sabe cómo ni por qué llegó al hospital. Solo era una testigo más de lo frágil que se volvió la vida en Siria, donde la humanidad tocó fondo sin que el mundo haga mayor cosa.
Un poco después de las dos de la mañana, los misiles empezaron a caer sobre Ghuta, al noreste de la capital, un bastión de la oposición al presidente Bashar al-Assad desde hace meses. A las cinco los megáfonos de las mezquitas ya advertían que un bombardeo tóxico se había abatido sobre la barriada y exhortaban a la población a cerrar puertas y ventanas.
Según le dijo un sirio al semanario alemán Der Spiegel, “las calles estaban llenas de humo, la gente encendió fogatas por todas partes con la esperanza de neutralizar los gases”. Otras personas aseguraron que olía a azufre y un testigo le contó a la agencia Reuters que llegó a una casa donde todas las personas yacían en sus camas, “parecían dormidas pero en realidad estaban muertas”.
Los hospitales rápidamente quedaron saturados, sin suficiente hidrocortisona y atropina para bloquear los efectos tóxicos. Los Comités de Coordinación Local rebeldes afirmaron que “el número de mártires alcanzó los 1338”. Otras versiones más cautas hablan de 800 a 1.000 víctimas. De confirmarse estas cifras, sería el peor ataque con gases desde que Saddam Hussein asesinó a 5.000 kurdos iraquíes en Halabja en 1988 (ver recuadro).
El régimen se apresuró a negar cualquier responsabilidad, mientras culpaba a los medios “involucrados en el derramamiento de sangre de los sirios y el apoyo al terrorismo”. A solo 15 minutos de Ghuta, un equipo de inspectores de la ONU se preparaba para investigar ataques químicos en tres incidentes anteriores. Pero, a pesar de ser los únicos expertos independientes en Siria, tienen las manos atadas por su mandato, que después de negociaciones sin fin con el régimen, quedó delimitado a lugares fijados con meses de antelación. Como el resto del mundo, tuvieron que ver las pruebas en videos.
Como le dijo a SEMANA Eliot Higgins, experto en la guerra en Siria y autor del blog de referencia Brown Moses, “tan solo basándose en los síntomas, en el número de víctimas y en los reportes de los médicos, que se enfermaban e incluso morían al atender a las víctimas, es muy difícil no concluir que fue un ataque químico.
¿Con qué? Ese es el problema, es muy difícil saberlo sin investigar allá y, a menos que el equipo de la ONU tenga acceso, es casi imposible que lo sepamos”. Las Naciones Unidas le pidieron al gobierno acceder a la tragedia y por ahora algunos médicos locales recogieron pruebas. Pero sin la presencia de la ONU, las pruebas no son válidas.
No es la primera vez que en Siria estallan armas prohibidas. A comienzos de mayo SEMANA visitó el barrio de Sheik Masoud, en Alepo, golpeado por un bombardeo similar. Según la población, cuando un proyectil cayó, las mujeres y los niños que salieron a ver qué había pasado fueron los primeros en morir. Y quienes llegaron a ayudar terminaron contaminados.
“¿Qué clase de gas es? No se puede decir. Nuestra obligación es diagnosticar lo que tiene el paciente y curarlo. ¿Quién lo hizo? Tampoco lo sabemos. Lo único cierto es que los pacientes llegaron con convulsiones, muchos echaban espuma blanca por la boca y tenían problemas de visión”, le dijo en ese momento a esta revista el doctor Kawa Hassa, el director del hospital que atendió a las víctimas.
El fotógrafo colombiano Mauricio Morales, quien volvió de Siria hace unos meses, le contó por su parte a SEMANA que “este ataque era de esperarse. Allá los rebeldes en los frentes tienen máscaras de gas, eso es básico. La gente sabe que si la artillería pega y después sale un humo distinto, puede ser algo químico”. Eso sí, como cualquiera que conoce la complicada situación Siria, no se atrevió a decir quién pudo haber lanzado el bombardeo.
Y es que en un país donde la demencia y la violencia son los únicos al mando, cualquier cosa es posible y para ambos bandos todo vale con tal de derrotar al otro. Claro, el culpable ideal es Bashar Al-Assad. En junio, Francia, Reino Unido y después Estados Unidos afirmaron que el régimen empleó gases letales.
Su ejército, según servicios secretos occidentales, oculta un arsenal de unas 1.000 toneladas de agentes químicos, sobre todo gases sarín, mostaza y VX. Pero es difícil entender por qué el régimen habría tomado el riesgo de usarlo justo cuando una misión de la ONU visita el país.
Tal vez Al-Assad se dio cuenta de que, tan solo diez días después de la masacre de 600 egipcios en El Cairo y la débil reacción de las grandes potencias, puede hacerlo sin esperar grandes consecuencias.
La otra tesis, igual de delirante, es que algún grupo extremista anti-Assad haya perpetrado la masacre contra su propia gente en un maquiavélico cálculo geopolítico para obligar a la comunidad internacional a intervenir. Aunque tal vez sea una simple coincidencia, hace un año exacto el presidente Barack Obama advirtió que si el régimen llegaba a usar su arsenal químico, cruzaría “una línea roja” que significaría “una reacción inmediata”.
Teniendo en cuenta que la situación militar ha tomado un giro en su contra, alguna facción rebelde, en su desesperación, habrían considerado aceptable sacrificar 1.000 mártires para ganar una guerra que ya dejó 100.000 muertos y 2 millones de refugiados.
Pero sería inocente pensar que las famosas “líneas rojas” son algo más que discursos para la opinión pública, porque no hay nada más lejano que una intervención armada occidental.
Como escribió hace poco el general estadounidense Martin Dempsey, jefe del Estado Mayor Conjunto, “en Siria no se trata de escoger entre uno de los dos bandos, sino entre uno de los muchos bandos. El que escojamos tiene que estar listo para promover sus intereses y los nuestros cuando la balanza se incline a su favor. Por ahora, no es así”.
Lo trágico es que mientras más tiempo pase, más difícil va a ser intervenir. Porque si el horror de la semana pasada no es suficiente, ya nadie sabe qué más necesita el mundo para reaccionar.
La guerra tóxica
- Hay cuatro tipos de agentes químicos letales: los que bloquean el sistema nervioso, los vesicantes que queman la piel y los órganos, los pulmonares que dañan el sistema respiratorio y los sanguíneos, que bloquean la circulación.
- Los gases tóxicos aparecieron por primera vez en la Primera Guerra Mundial. Primero el Tratado de Versalles en 1919 y después el Protocolo de Ginebra en 1925 prohibieron el uso de armas químicas.
- En los años veinte España usó bombas de gas en la guerra del Rif en Marruecos.
- En 1935 la Italia fascista usó gas mostaza en Etiopía.
- Japón utilizó gas mostaza cuando invadió China en 1937.
- En los años sesenta Egipto usó bombas químicas en la guerra civil de Yemen.
- Irak usó gas mostaza en la guerra Irán-Irak. En 1988, en la aldea iraquí de Halabja, un bombardeo químico mató a 5.000 kurdos.
- En 1995 los terroristas japoneses Aum Shinrikyo usaron gas sarín en Tokio.
- En 2002, después de que un comando checheno se tomó un teatro, las fuerzas rusas bombearon un agente químico desconocido en la ventilación.
HISTORIA
La cumbre que definió a América
HISTORIAUn colombiano encontró en el Archivo Nacional del Ecuador una carta que relata el encuentro de Bolívar con San Martín en Guayaquil, y pone fin a dos siglos de mitos y polémicas.
Qué sería de la Historia sin el azar? Es la pregunta que hoy se hace Armando Martínez, profesor de la Universidad Industrial de Santander (UIS), que hace unas semanas encontró en el Archivo Nacional del Ecuador en Quito una carta que prácticamente pone fin a dos siglos de polémicas, especulaci
ones, debates, estudios, tesis, ensayos, cuentos y novelas en torno a lo que se dijeron en su encuentro secreto en Guayaquil el Libertador Simón Bolívar y el emancipador de Argentina, Chile y Perú, José de San Martín.
Estos dos gigantes se entrevistaron en Guayaquil el 26 de julio de 1822, y después de tres días de conversaciones el rumbo de sus vidas cambió y con ellas, una parte de la historia de Suramérica.
Mucho se especuló acerca de por qué Guayaquil se sumó a Colombia y no se constituyó en una nueva Nación, como quería la mayoría de sus habitantes; por qué San Martín renunció a seguir adelante a liberar el Alto Perú, hoy Bolivia y consagrarse así como el gran Libertador y prócer de América, ni las razones que movieron a Bolívar a asumir esta tarea y a llevar a sus ejércitos hasta los confines del mundo hispanoamericano, algo que no estaba dentro de sus planes.
Con esto llevó a Colombia a mantener y financiar la guerra contra los españoles dos años más. Los historiadores consideraron siempre que los dos se llevaron a la tumba los secretos de la entrevista de Guayaquil, que con los años se convirtió en el mayor misterio de la historia de la independencia de esta parte del mundo.
Pues bien, el profesor Martínez acaba de develar ese enigma, pues la carta que encontró era la pieza que faltaba. El docente, doctor en Historia de la UIS, tiene un historial brillante: ha replanteado buena parte de la historia de los Santanderes y de la revolución neogranadina de 1810, y descubrió una nueva copia del poema Delirio en el Chimborazo, que ratifica que Bolívar lo escribió.
Martínez estaba en Ecuador recopilando información para su tesis de postdoctorado sobre el fracaso de la primera República de Colombia (1819-1830). Al pedir la caja 595 del fondo Presidencia de Quito, que solo parecía contener las órdenes y documentos de Manuel José Restrepo, se encontró que en medio de los extensos volúmenes había dos tomos de documentos del general José Gabriel Pérez, secretario general de Simón Bolívar en la campaña del sur.
Al examinarlos se encontró con una copia de la carta confidencial fechada el 29 de julio de 1822 en la que este le hace al general Antonio Sucre, entonces intendente de Quito, un resumen del encuentro por petición de Bolívar.
Como es claro que en esa época no había papel carbón ni imprentas manuales, la única forma de llevar un control de la correspondencia que se enviaba era transcribirla literalmente en el libro copiador del secretario, el mismo que se encontraba desde mediados de 1970 guardado pero mal clasificado en el Archivo del Ecuador.
El hallazgo ha causado tanta sorpresa entre los historiadores que la propia revista ecuatoriana de historia Procesos decidió detener la impresión de su número semestral, que ya estaba prácticamente listo, para publicar esta chiva histórica, algo insólito en este tipo de publicaciones.
La carta de Pérez ya era conocida desde finales del siglo XIX pues el historiador chileno Diego Barros Arana la menciona diciendo: “La carta de 29 de agosto de 1822 en que San Martín anunciando a Bolívar su resolución de abandonar el Perú, se refiere a la reciente conferencia de Guayaquil, es sin disputa el documento capital que nos queda sobre ella; y si bien no basta para darla a conocer en todos sus incidentes, suministra bastante luz para formarse una idea clara de los asuntos que allí se trataron i de su resultado final. Obligado a guardar una reserva absoluta sobre este negocio, no tanto por el compromiso contraído por Bolívar, cuanto por el interés de la causa americana, San Martín se abstuvo durante veinte años de hablar de estos negocios”.
Pero como lo manifestó Martínez a SEMANA, la importancia de su logro no radica en haber descubierto una fuente inédita y nunca antes vista sino en haber hecho un “redescubrimiento de la fuente original”, que reabre un debate olvidado para la inmensa mayoría, un misterio que les sirvió a grandes escritores como Jorge Luis Borges o Ernesto Sábato para escribir sobre este tema nunca cerrado para la Historia.
La reunión
Tras liberar Venezuela y la Nueva Granada, el general Antonio José de Sucre, comandante en jefe de la División Sur del Ejército colombiano, llegó en 1821 a Guayaquil, que había declarado su independencia, con las órdenes expresas de Simón Bolívar de lanzar desde allí la liberación de Quito.
Tras una primera derrota, en 1822 Sucre recibió el apoyo de 1.200 hombres del Ejército patriota peruano enviado por San Martín. Luego de casi cuatro meses de travesía, Sucre y su Ejército llegaron a la falda del volcán Pichincha en donde salieron victoriosos el 24 de mayo de 1822.
Una vez liberada la Real Audiencia de Quito, la única forma de derrotar a los españoles era ir hasta el alto Perú, pero en Lima estaba el general San Martín, quien había liberado a Argentina y Chile y, tras armar durante dos años a un Ejército y librar importantes batallas, había entrado victorioso a la capital del antiguo Virreinato del Perú mientras los españoles huían a Cuzco. El 28 de julio de 1821, ante una multitud en la Plaza de Armas, declaró la Independencia y fue nombrado Protector del Perú.
Además de este obstáculo había uno mayor: definir la forma de gobierno de Perú, lo que produjo un desencuentro político. Estos dos asuntos, entre otros, llevaron a los dos grandes generales a buscar encontrarse personalmente. Hasta ese momento, todos los testigos esperaban que San Martín terminara su campaña para liberar Perú, pero tras el encuentro con Bolívar en Guayaquil, decidió dar un paso a un lado, renunciar a todos sus honores y viajar a Europa, donde murió.
Un resultado tan inesperado hizo que los relatos sobre la reunión sirvieran para elaborar perfiles acomodaticios de las personalidades de Bolívar y San Martín, que varían significativamente según la nacionalidad del autor. De hecho, en Argentina tanto historiadores como políticos y literatos construyeron un relato en el que San Martín fue un hombre noble y desinteresado que dejó en manos de un Bolívar ambicioso y prepotente la independencia de Perú.
Esta versión de la cita de Guayaquil se basa en parte en el relato del edecán del protector del Perú, el coronel Rufino Guido, quien afirmó haber escuchado al general San Martín decir después de la entrevista: “¿Qué les parece a ustedescómo nos ha ganado de mano el Libertador Simón Bolívar?”. Y además, y principalmente, en una carta apócrifa supuestamente enviada por San Martín a Bolívar y transcrita por el marino francés Gabriel Lafond de Lurcy, —miembro de la armada peruana durante la independencia—, en su libro Voyages autour du monde et naufrages célèbres.
El problema es que el original no se ha encontrado en los archivos, ni siquiera en los de Bolívar. Pero si no existe el manuscrito ¿Cómo fue posible que LaFond lograra transcribirla? Según su versión, él le pidió a San Martín documentos para escribir la verdad sobre la reunión de Guayaquil, y ese sería el origen de la famosa carta.
La misiva, fechada el 29 de agosto de 1822 en Lima, afirma que Bolívar supuestamente se negó a asumir el comando de las tropas patriotas con la colaboración de San Martín. Ante esta situación el Protector del Perú en forma altruista le habría dicho al Libertador que una vez convocado el primer congreso de Perú se retiraría a Chile “convencido de que mi presencia es el solo obstáculo que le impide a Usted venir al Perú con el ejército de su mando”.
El texto también afirma que lamentó no haber terminado “la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América debe su libertad”, lo que le hubiera causado una de las mayores felicidades de su vida.
A partir de esta carta los historiadores e intelectuales más afamados de la Argentina del siglo XIX difundieron un relato en el que, con la intención de exaltar la nacionalidad y el patriotismo propios, se ensalzaba la imagen de San Martín en desmedro de la de Bolívar. El primero de ellos fue el escritor y presidente argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien además de basarse en unas conversaciones que tuvo con San Martín, utilizó la carta de LaF ond de Lurcy para escribir el discurso que pronunció en el Instituto Histórico de Francia, el 1 de julio de 1847.
En este retrata a Bolívar como un hombre ambicioso de gloria y de poder frente a un San Martín noble, capaz de ponerse a las órdenes del Libertador. Afirma que el bonaersense, para solucionar las dificultades entre ambos, le dijo: “Y bien, general, yo combatiré bajo sus órdenes. No hay rivales para mí cuando se trata de la independencia americana. Esté usted seguro, general, venga al Perú; cuente con mi sincera cooperación; seré su segundo”.
En su libro, Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana, el historiador y también presidente argentino Bartolomé Mitre hizo eco de las interpretaciones de LaFond y Sarmiento. Y así, durante buena parte de la primera mitad del siglo XX, la versión argentina dominó el panorama cultural latinoamericano, hasta que en 1952 el historiador venezolano Vicente Lacuna publicó en su libro La entrevista de Guayaquil: El restablecimiento de la verdad histórica en el que publicaba la carta del secretario Pérez con el propósito de reestablecer la verdad de lo sucedido y defender la imagen vilipendiada del prócer venezolano.
En vista que Lacuna no pudo mostrar la carta, la Academia de Historia de Argentina se trenzó en una guerra a muerte con sus colegas venezolanos. Hasta el gran Jorge Luis Borges, apasionado de los enigmas y documentos perdidos, decidió escribir en El informe de Brodie un cuento titulado Guayaquil, que recrea, a raíz del descubrimiento ficticio de varias cartas del Libertador, los pormenores de la entrevista del puerto del Guayas.
El protagonista, quien ve los documentos, dice sobre la decisión de San Martín de renunciar a la gloria: “Las explicaciones son tantas… algunos conjeturan que San Martín cayó en una celada; otros, como Sarmiento, que era un militar europeo extraviado en un continente que nunca comprendió; otros, por lo general argentinos, le atribuyen un acto de abnegación; otros de fatiga. Hay quienes hablan de la orden secreta de no sé qué logia masónica”.
Incluso en marzo de este año el periodista colombiano Mauricio Vargas publicó su novela Ahí le dejo la gloria, en la que recrea lo que se dijeron, en medio de un ambiente de conspiración y traiciones, los dos grandes libertadores de Suramérica. Una de las virtudes de esta novela es que incorpora al texto la carta publicada por Lecuna en 1952.
La carta
Al contrario de todo lo dicho, la carta de Pérez muestra que el encuentro entre San Martín y Bolívar fue cordial. De igual manera la reunión no giró en torno a si Guayaquil debía ser independiente o anexarse a Colombia, sino al futuro de Perú. De hecho, el viejo general austral sabía que Bolívar y sus tropas habían ya resuelto esta discusión a su favor.
La otra sorpresa de la carta enviada a Sucre está en que los dos libertadores estuvieron en desacuerdo sobre el tipo de gobierno que debía regir en el Perú independiente. San Martín, según Pérez, se quejó “mucho del mando y sobre todo de sus compañeros de armas que últimamente lo habían abandonado en Lima.
Aseguró que iba a retirarse a Mendoza; que había dejado un pliego anexo para que lo presentasen al Congreso renunciando al Protectorado (de Lima) y que también renunciaría a la reelección que contaba se haría en él; que luego de ganar la primera victoria se retiraría del mando militar sin esperar a ver el término de la guerra; pero añadió que antes de retirarse pensaba dejar bien puestas las bases del gobierno, que no debía ser democrático porque en el Perú no conviene y dijo que debería venir de Europa un príncipe solo y aislado a mandar”.
Bolívar se opuso y dijo que ni a América ni a Colombia le convenía introducir príncipes europeos, que eran ajenos a las masas y que se opondría a ello, salvo que el pueblo decidiera algo así. Frente a esta oposición y a la defensa que Bolívar hizo de la democracia y del Congreso de Angostura, San Martín dijo que el principado podría venir después.
San Martín elogió la idea de crear la Federación de los Estados Americanos, que Chile no tendría problema en entrar pero sí Buenos Aires, y se ofreció a tramitar un arreglo de límites entre Colombia y Perú. Al final, tras ofrecer toda su ayuda en espera que Colombia hiciera lo mismo con Perú, el Protector dejó en claro que la reunión fue una visita sin carácter oficial y sin ningún objeto político y militar.
Tras su encuentro, a Bolívar le quedó claro que San Martín no tenía ni las fuerzas ni el apoyo militar para asumir la victoria final sobre los españoles, que tenían una fuerza importante en el virreinato más rico y contaban con una aristocracia poco afecta a las ideas republicanas. Como había que neutralizar esta amenaza, Bolívar decidió reclutar 4.000 nuevos hombres que se unieron al Ejército de 5.000 veteranos que había llevado, para ir al alto Perú. Dos años después, y tras varias batallas, las de Ayacucho y Tumulsa pusieron fin a la guerra contra los españoles.
“La carta confirma la sospecha que existió siempre acerca de la posición monarquista de San Martín, algo que no era extraño si se tiene en cuenta el fracaso de los primeros años de la experiencia democrática en Argentina. Incluso Brasil y México decidieron experimentar el camino monárquico constitucional”, dice Martínez.
La campaña del sur, al contrario de lo que se podría pensar, dejó más problemas que réditos. La Nueva Granada, Venezuela y las provincias del actual Ecuador tuvieron que financiarla a un alto precio para sus economías, lo que tuvo un precio para su estabilidad política. De hecho, la deuda de guerra causaría tensiones, enemistades y conflictos futuros entre Perú y Ecuador.
Lo paradójico de todo esto es que Bolívar promovería en Bolivia una constitución cesarista y permitiría que algunos de sus ministros hicieran gestiones preliminares para traer un príncipe francés para que gobernara a Colombia. Y que la gloria que supuestamente alcanzaría al liberar a la América hispana no fue mucha, pues al final de sus años terminó rechazado por los países que liberó.
En medio de todo lo que se ha escrito y especulado sobre lo sucedido en la entrevista de Guayaquil, la carta deja en claro, para decepción de los argentinos, y posiblemente para alegría de bolivaristas, que la expulsión de los españoles de Perú era para Bolívar, más que una cuestión de orgullo y de ansias de poder, un asunto de urgente estrategia militar. Porque la independencia que había logrado para Caracas, Nueva Granada y Quito estaba menos que asegurada.
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