UN DÍA COMO HOY
ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD EN COLOMBIA
La abolición de la esclavitud en Colombia fue un proceso
largo y con muchos altibajos e inconsistencias. Fueron varias las décadas que
tuvieron que esperar los afrocolombianos para que se hiciera realidad la abolición
definitiva de la esclavitud.
Con la abolición de la esclavización el primero de enero de
1852, culminó el largo proceso de manumisión republicana que se había iniciado
40 años atrás con la expedición de la Constitución de Cartagena de 1812. Allí
se legisló por primera vez en Colombia sobre la libertad de las personas
esclavizadas, libertad que jamás se concretó debido al fracaso del proyecto
político cartagenero, producto de la Reconquista española en 1815 comandada por
Pablo Morillo. No obstante, este personaje logró lo que tal Constitución no
pudo: otorgó la libertad a muchos esclavizados a cambio de la colaboración con
la causa española.
Precisamente, debido al contexto en que se inició y
desarrolló la discusión sobre la abolición —el de la guerra de independencia—
el problema de la esclavización, más que un tema humanitario, se convirtió en
una consigna política con la que se buscó insistentemente ganar adeptos y pasar
como benefactores del prójimo, así como modernos y demócratas. Esto hizo
Bolívar en 1816, cuando para salirle al paso a la propuesta de libertad de los
esclavizados ofrecida por los españoles, les prometió también libertad a cambio
de la vinculación al ejército patriota.
El espinoso tema de libertad de las personas esclavizadas se
discutió después de la independencia, en el Congreso de Cúcuta. Allí, uno de
los aspectos más debatidos fue la Ley de Libertad de Vientres, sancionada el 19
de julio de 1821. Su texto final fue una clara conciliación entre los
abolicionistas y los anti-abolicionistas. La Ley sólo se aprobó cuando se
protegió el derecho a la propiedad privada de los esclavistas, que se expresó
en la consigna de “ser generosos con los esclavos sin dejar de serlo con los
amos”.
Este fue el salvavidas al que se aferraron los
anti-abolicionistas, liderados por personajes como el padre de la
Historiografía colombiana, José Manuel Restrepo; Domingo Briceño y el
cartagenero Ildefonso Méndez, entre otros. Este grupo aprobó la Ley sólo cuando
se les garantizó la defensa de sus intereses, que fueron protegidos con el
polémico artículo 2º de dicha Ley, en el que se estableció “que los hijos de
las esclavas que nacieran a partir de 1821 serían libres en la medida en que
les trabajaran a los amos de sus madres durante 18 años”. Con esto no sólo
aplazaban la libertad para 1839, sino que otorgaban la libertad a un reducido
número de personas y no a todos los esclavizados, tal como se les había
prometido en el transcurso del proceso de independencia.
A esta fórmula debió finalmente adherirse Bolívar, lo que
contradecía su posición inicial de libertad absoluta, inmediata y sin
restricciones. Contra los intereses económicos de los esclavistas, nada tenía
que hacer la palabra empeñada de Bolívar, ni los preceptos liberales y modernos
que ideológicamente habían guiado la guerra de independencia: libertad,
igualdad y fraternidad.
A partir de ese momento, para los hijos e hijas de las
esclavizadas nacidas en 1821, el año de 1839 tenía un significado especial,
cargado de un cúmulo de esperanzas y expectativas, ya que en esa fecha debían
obtener su libertad al cumplir el requisito de los 18 años de trabajo. Pero,
contrariamente a lo esperado, el Estado aprobó la Ley del 29 de Mayo de 1842,
con la cual no solamente se aplazó por 5 años más la libertad de los que debían
obtenerla en 1839, sino que se reabrió el tráfico de personas esclavizadas que
había sido prohibido en 1821.
A esta nueva frustración la población esclavizada respondió
con el recurso del cimarronaje. En efecto, si bien esta fue una práctica
recurrente durante el siglo XIX, fue precisamente en 1840, y especialmente en
1842, cuando el cimarronaje alcanzó su máxima intensidad como respuesta lógica
al incumplimiento de lo establecido en la Ley.
La sistemática presión del imperio inglés sobre los países
latinoamericanos para que acabaran con la esclavitud, el incremento del
cimarronaje como consecuencia del fracaso de la manumisión republicana, el
ascenso del liberalismo al poder y la entrada en escena de la Generación del 48
—llamada así por la influencia recibida por la Revolución Francesa—, quienes
consideraban a la Constitución de Cúcuta como un producto inacabado, fueron
sentando las bases para que la abolición apareciera de nuevo cómo consigna
política y como el aspecto más inconcluso y llamado a corregir de la
Constitución de 1821.
En las nuevas condiciones, las Sociedades Democráticas se
convirtieron en el espacio desde donde los sectores populares le reclamaron a
la elite la abolición de los esclavizados. Para esto, entre otros mecanismos,
los liberales aprovecharon las fiestas nacionales como el 20 de Julio y las
regionales, como la independencia de Cartagena, para liberar a los pocos
esclavizados que les permitía la crisis económica de las Juntas de Manumisión.
En el espectáculo de la ‘libertad’ el número de liberados era lo menos
importante; lo que interesaba realmente a los liberales, además del ritual, era
posar frente a los conservadores como verdaderos demócratas y amantes de
libertad. Eran tales los dividendos políticos de la consigna de la abolición,
que los conservadores también la asumieron como suya a través de las Sociedades
Conservadoras.
Desde su llegada a la presidencia en 1850, José Hilario
López no sólo defendió, como era de esperarse, la norma de “Ser generoso con
los esclavizados sin dejar de serlo con los propietarios”, además se inclinó
por un proceso de abolición a largo plazo. Solo la presión que se hizo desde el
Congreso, la prensa, las Sociedades Democráticas, y la ejercida por los propios
esclavizados, lo llevaron finalmente a la decisión de la abolición absoluta.
El debate parlamentario sobre la abolición se inició en
marzo y concluyó en mayo de 1851. Este fue una réplica al de Cúcuta: la
discusión se centró en el tema de cómo ser justo con los esclavizados sin dejar
de serlo con los esclavistas, es decir la protección del derecho a la propiedad
privada. Cuando la abolición era inminente, conservadores y liberales zanjaron
sus diferencias y contradicciones, y en único bloque defendieron la fórmula de
abolición con indemnización. Únicamente cuando el Estado les garantizó el pago
de los esclavos que iban a ser liberados, aprobaron finalmente la Ley de
Manumisión, el 21 de julio de 1851, para que entrara en vigencia el 1º de enero
de 1852, fecha en que aproximadamente 16.000 esclavizados accedieron a la
libertad por la vía de la manumisión republicana.
El 1º de enero de 1852, los liberales, a través de actos
públicos, celebraron en todo el país el triunfo de la libertad con ruidosas
fiestas en las que se entregaron las certificaciones de libertad a los
esclavizados y vales a los esclavistas que estipulaban el valor a pagarles por
los esclavos liberados. Una de estas celebraciones, por ejemplo, fue la que se
efectuó en Barranquilla, la cual se inició con un Tedeum: “después de este acto
religioso se colocó el retrato del ciudadano presidente, general José Hilario
López, en la sala de sesiones de la Sociedad Democrática. Por la tarde,
presidido por la Junta de Manumisión, tuvo lugar en la plaza de la Iglesia
Parroquial el interesante acto de romper para siempre las cadenas de la
esclavitud a 70 seres que gemían bajo su peso, cuyo acto dispuso dicha junta
con el entusiasmo y solemnidad digno del objeto para dar cumplimiento a lo
dispuesto por la Ley del 21 de julio de 1851.
La corporación municipal, las autoridades políticas,
judiciales y eclesiásticas, la Sociedad Democrática y una infinidad de
espectadores concurrieron a su mayor lucimiento”. En otros actos del Caribe
Neogranadino, “en medio de numeroso público, música, bailes y aclamaciones se
colocó en la cabeza de los recién liberados las palabras de libertad, igualdad
y fraternidad”. A su vez, Juan José Nieto, gobernador de la provincia de
Cartagena inició el 1º de enero de 1852 su extenso discurso en el acto de
abolición con las siguientes palabras: “Mis hermanos. Desde hoy se acabaron los
esclavos en la Nueva Granada; y es por eso que los saludo en este día, el más
solemne, el más bello que ha tenido la República, porque es el día
complementario de nuestra regeneración política; el día en que ha desaparecido
para siempre de entre nosotros el odioso título de señor y de esclavo, y en que
ninguno de nuestros hermanos lleva colgada de su cuello la poderosa, la negra
cadena de la servidumbre”. Nieto terminó
su discurso arengando a la multitud con estas consignas: “Viva la Nueva
Granada. Viva la libertad. Viva la República. Viva la democracia. Viva la
administración López”.
Autor: DOLCEY ROMERO JARAMILLO
Profesor de la Universidad del Atlántico y la Universidad
Simón Bolívar de Barranquilla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario